miércoles, 24 de enero de 2018

La locura de los bienes inmuebles

Todo es edificable. Nada debe oponerse a la patriótica industria del ladrillo y el cemento. Nada debe acotarse al imparable progreso de la argamasa. La locura urbanística ha tenido la ventaja de hacernos ver la España real: un nido de políticos corruptos, munícipes sin escrúpulos, empresarios que por engordar sus ansias patrimoniales no reparan en la belleza paisajística, el meandro ecológico o la charca de la biodiversidad. Para ellos ya puede venir el diluvio una vez satisfecha su panza pecuniaria. Todos estos empresarios que no quieren someterse a la racionalidad y a la naturaleza, poseen bienes que no podrían derrochar en cientos de vidas que tuvieran. Pero sólo tienen una vida. Pero su sed de dinero es infinita, es patógena. Mas la vergüenza no recae tanto en ellos (eran así antes) como en los munícipes y ediles que se venden por dinero y dan su voto, comprado, para proyectos urbanísticos megalomaníacos, de una locura tal que daría risa si no fuera porque hay una intención perjudicial detrás. Otros de los culpables son los cientos de miles de españoles infectados por la demencia de acumular viviendas. Miro a mi alrededor y pocos son, casi ninguno, quienes se conforman con tener una sola vivienda. Pero es que tampoco se conforman con tener dos. La mayoría de mis colegas en el laburo tienen tres, algunos llegando a tener cinco o seis. Es ridículo, es oprobioso, pero es real. Familias con un par de buenos sueldos viven como ermitaños para coleccionar viviendas. A ellos no les hables de comprar libros (qué despilfarro), ir al cine o salir a cenar. Su avaricia les libra del trato tabernario. Sólo saben de intereses hipotecarios, comisiones notariales y contribuciones urbanas. Temo que cuando vea deshacerse este globo inmobiliario y comiencen a perder valor sus posesiones, no pueda evitar regalarles una perenne sonrisa que no será de solidaridad.


Zaragoza, 24 de enero de 2018

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