miércoles, 22 de noviembre de 2017

La soledad del corredor de fondos

¿Hay mayor soledad que la soledad del alto inversor? ¿No está solo George Soros en su despacho en las alturas, pensando en hundir una débil economía para aumentar su ya desproporcionado patrimonio? ¿En quién pueden confiar estos tiburones de las finanzas? Un amigo no sería para ellos sino un cliente potencial o una víctima propiciatoria a quien esquilmar hasta la ruina. Te pide los ahorros para estrujarlos y sacarle zumo de réditos, réditos cuya mayor parte irán a engrosar su capital. Están solos porque se lo merecen, algunos porque así lo desean. Alguien a su lado podría traerles recuerdos de un ser llamado prójimo y hacer surgir en ellos un mínimo de conciencia que podría echar al traste su próxima operación. Porque todas sus operaciones generan víctimas. Víctimas inocentes (algunas no tanto, no lloremos, por ejemplo, por las víctimas de Madoff) que, además, no se enteran: pequeños propietarios de empresa que ven disminuir el precio de su producto en los mercados, inmigrantes cuyas remesas de divisas valen ahora menos en su país, poseedores de hipotecas que no saben por qué suben los intereses de las mismas, consumidores de alimentos o de gasolina que ven aumentados los precios sin comerlo ni beberlo. Porque un simple bufido en una de estas oficinas de magnates financieros puede desencadenar un terremoto bursátil en Taiwán. Por seguir con George Soros, decía este especulador que el mercado vota todos los días. Y si no, que se lo pregunten a los argentinos en época del “corralito”, a los irlandeses, griegos, portugueses y españoles en la actual crisis. Ellos, los dueños del dinero, defienden su codicia diciendo que quien dice no amar el dinero es un mentiroso, a no ser que lo demuestre, en cuyo caso sería un tonto. Y es que el dinero es poder en abstracto, es felicidad en abstracto. Pero consolémonos con esta afirmación de Fernando de Rojas: “Más son los posseýdos de las riquezas que los que las poseen”.


Zaragoza, 22 de noviembre de 2017

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