miércoles, 4 de octubre de 2017

Fracasar a los veinte años

Vivimos inmersos en una sociedad donde se puede ser un fracasado a los veinte años. Vivimos en una sociedad enferma. Los niños prodigio no son, como antaño, excepciones o deformidades. Hoy son la regla y casi el objetivo principal de muchos padres. Esto ocurre más frecuentemente en el deporte. Los deportistas de ciertas especialidades son cada vez más jóvenes, más suculentas las ganancias que proporcionan a sus progenitores, y los padres más avariciosos. Yo he visto a padres perseguir a entrenadores de fútbol porque sus hijos de 14 y 15 años no jugaban suficientes minutos y de esa forma se le cerraban, era su argumento, los caminos para acceder a clubes de prestigio que condujeran a su hijo a la fama y el dinero. O luchas encarnizadas de padres en las federaciones de tenis locales para favorecer a sus retoños o los de sus amigos. La elección de esos dos deportes no es casual: hoy por hoy son los que proporcionan mayor fama e ingresos y dónde la juventud suele ser una ventaja, sobre todo en el tenis. Deben creer que donde hay fortuna hay alma.
            Esta tendencia a lo juvenícola también se da en otras profesiones. Hoy, en las grandes compañías, a los gerentes entrados en años (a partir de cincuenta) se les reemplaza por imberbes con máster y varios idiomas. En las artes, en muchas de ellas, el que no alcanza la cima a los cuarenta años puede considerarse un fracasado. Pocos, después de esta edad, pueden acceder a un estatus de excelencia que viene la mayoría de las veces determinado por los medios de comunicación y agencias de promoción, ambos claros favorecedores del aspecto juvenil de los posibles famosos. ¿Qué ocurre con toda esa frustración que se acumula entre los que ya no tienen edad para triunfar? Pocos logran reciclarse en ciudadanos amables, o incluso resignados, muchos terminan refugiándose en paraísos artificiales, o se dan a la violencia doméstica o eligen el rol de cascarrabias. Nos falta esa sabiduría oriental que nos permite envejecer sin ser notados, cumplir sencillamente con el ciclo vital que nos ha sido asignado por la naturaleza. El mismo polvo espera al triunfador que al fracasado, pero el nuestro, el de los fracasados, aún puede ser polvo enamorado.


Zaragoza, 4 de octubre de 2017

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