miércoles, 19 de abril de 2017

Acoso escolar

Hoy en la radio he oído decir a un contertulio que se está exagerando la frontera para que una molestia o problema que siempre ha existido se convierta en un trauma o un problema social que hay que erradicar con presteza. En concreto se refería a esa estadística de algún organismo tutelar que afirma que uno de cada cuatro alumnos escolares sufre acoso. Él no creía que tal cifra fuera posible. Yo tampoco. Pero analizando el informe se descubre que para poder engrosar la lista de los acosados basta con que se hayan reído de alguien en clase o que le hayan puesto un apodo. Esto explica la alarmante estadística. Pero, ¿de quién no se han reído en clase? ¿Quiénes no han sido alguna vez importunado por el matón del curso? ¿Quién no ha tenido que aguantar que le llamen por un apodo? Yo he sufrido todas estas calamidades (no de forma simultánea, ni crónica ni persistente, claro) y no me he considerado objeto de acoso, o por lo menos no en el grado de necesitar tratamiento o defensa. Bien es cierto que no me gustaba y que si me topo algún día con alguno de aquellos tipos les mandaría a la mierda (no les rompería la cara porque si en aquel momento eran más fuertes que yo, asumo que lo seguirán siendo; claro que si fuese en silla de ruedas, y hubiera cerca una pendiente…). En fin, que el acoso se da, nadie lo niega, y es posible que en estos tiempos de enseñanza obligatoria haya aumentado la cifra, pero decir que uno de cada cuatro chavales sufre acoso en la escuela es agarrársela con papel de fumar. A este paso veremos a los chicos denunciar a sus maestros por suspenderles (menudo trauma para el pobre alumno) o a sus padres por no dejarles jugar a la consola, un derecho inalienable del niño de hoy. No nos pasemos. Ni pasemos, ojo.


Zaragoza, 19 de abril de 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario