miércoles, 22 de marzo de 2017

La emancipación de la mujer

El tema de la mujer, como ella misma, es inagotable. La gente no es consciente del largo recorrido de la emancipación de la mujer en nuestro país en los últimos cincuenta años. Yo recuerdo, en mi infancia y adolescencia, que la mujer casada no podía firmar documentos sin la firma del marido, ni realizar contratos, ni votar (ninguno podíamos, la verdad), debía acudir a misa con los brazos y la cabeza cubiertos (¿no les recuerda al conflicto de los velos musulmanes?), no podían ponerse pantalones, ni protestar por los golpes recibidos del marido. Todo eso lo he vivido yo. La diferencia de aquellas mujeres con la mujer de hoy es abismal. Y esto no va tanto dirigido contra esas mujeres que se quejan de su falta de oportunidades (que también) cuanto contra los hombres que hoy también se quejan del protagonismo de la mujer. ¿Qué más quieren?, dicen estos hombres apabullados por el imparable ascenso profesional de la mujer. ¡Lo quieren todo, igual que tú, mamón!
            Es curioso, pero no ha existido otra figura (ser, criatura, persona, imagen) más unánimemente desprestigiada a través de los siglos que la mujer. El poder (patriarcal), la religión, cualquier cultura antigua ha menospreciado a la mujer. La religión quizá más que otras instituciones. Y no nos referimos sólo a esas religiones como la musulmana, que todavía conservan ese menosprecio atávico (un dicho árabe dice que la mejor recompensa que un hombre puede tener es ver su honra –la mujer‑ cubierta por la tumba) sino cualquier religión hoy en vigor, como la católica. Y no me baso en anécdotas antiguas, como que en el Concilio de Macon, en 585, se sometiera a discusión el libro de Alcidalus Valeus titulado “Disertación paradójica en la que se intenta demostrar que las mujeres no son criaturas humanas”. No, hoy la iglesia sigue predicando el sometimiento de la esposa al esposo y haciendo posible que jueces “carcas” y reaccionarios, muy católicos ellos, achaquen a la mujer violada el haber provocado a su violador. Otras veces, pretendiendo ser más transigentes, abogan por un: “Yo no pido a una mujer que sea púdica. Le pido que lo parezca”.
            A ellos, a los despreciadores de lo femenino, les deseo un cambio de sexo. A lo mejor no pensaban igual.


Zaragoza, 22 de marzo de 2017

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