miércoles, 27 de diciembre de 2017

Vivir de la poesía

A pesar de que Juan Ramón Jiménez dijera que el poema debe ser como una estrella, que es un mundo y parece un diamante, poco tiene que ver la poesía con las gemas, al menos en el sentido pecuniario. Nadie, que yo sepa, se ha hecho rico con la poesía. Y me refiero escribiéndola, no vendiéndola. Los poetas no eligen esta actividad como profesión sino como vocación. La poesía no les daría para mantenerse, y menos mantener una familia. Los versos se editan, cuando se consigue, en ediciones muy limitadas, y a veces, muchas veces, a costa del autor. Para que un poeta adquiera el reconocimiento suficiente para poder vivir de la poseía, necesita ser un anciano, o haber muerto. “Haremos poemas –dijo el gran poeta Villalón‑ sin ropa de nadie, sin levitas de academia, sin chaquetas de sabios ni trincheras de señoritos, sin la blusa del obrero tampoco”. Y le faltó añadir que sin el dinero de los que menciona. O sea, en pelotas y gratis. Así las cosas, no es de extrañar que a Ovidio, su padre le desaconsejara la profesión de poeta, que el desobediente niño, ya adulto, puso en estos versos:

Mi padre disuadirme pretendía
Del vario estudio de la poesía:
Mil veces dijo: Homero pobre ha muerto.

Además de no servir para ganarse la vida, la poesía no sirve ni para retener a una mujer, pese a lo que piensan algunos. Esto lo sabía Roberto Bolaño, quien nos dijera: “Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no se la puede retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético”. La poesía, como vemos, no da dinero ni consigue amor verdadero. ¿Algún inconveniente más? Sí. Pablo Neruda afirmó que la poesía tiene comunicación secreta con los sufrimientos del hombre. Y Robert Frost nos conminó: “Dejen solo al dolor con la poesía”. Y es que, como dijera Alejandra Pizarnik, la poesía es una cosa para matarse de risa o suicidarse. Ella se suicidó.


Zaragoza, 27 de diciembre de 2017

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Cuando agonice

Cuando agonice no me importará saber si hace sol o llueve. Cuando agonice no me acordaré de los que me hicieron mal. Cuando agonice procuraré aplicarme bien a la tarea y no distraerme; si estoy acompañado, no preocuparme por los lloros o los rostros entristecidos de los allí presentes, si lo hago solo, no mortificarme por la ausencia de espectadores. Cuando agonice, seguramente no seré consciente de que son pocos los instantes que controlará mi conciencia. Cuando agonice, es posible que los estertores me impidan darme cuenta de que agonizo. Cuando agonice, miles de personas agonizarán conmigo, y otras miles nacerán y se incorporarán a la vida. Cuando agonice habrá personas haciendo el amor, riendo, alguien cometerá un asesinato, un sacerdote mentirá desde el púlpito. Cuando agonice ya no me importarán las guerras, la ecología, el destino de un mundo que me expulsa. Cuando agonice espero no ver desfilar toda mi vida por la pantalla de mi mente, ¡menuda pesadez! Cuando agonice, me gustaría hacerlo envuelto en sábanas y no, por ejemplo, en el barro de una trinchera. Cuando agonice me sería de consuelo, o igual no, saber que dejo un par de obras memorables: un hijo, un libro, un recuerdo agradable. Cuando agonice, algún subnormal llevará a su perro a cagar al parque y no recogerá la mierda. Cuando agonice no quiero curas a mi alrededor, ni gurús, ni chamanes de otras trascendencias. Cuando agonice me gustaría hacerlo rápido, sin estruendo, sin llanto, sin pena. Cuando agonice me gustaría que se interrumpieran todos los partidos de fútbol, y de baloncesto, y deportes de similar arraigo popular. Sólo por joder. Cuando agonice me gustaría que no hubiera moscas, tan pesadas. Cuando agonice me gustaría oír una voz amiga que me dijera: “Venga, deja de fingir y levántate. No seas cuentista”. Y que yo me levantase y dejase de fingir.


Zaragoza, 20 de diciembre de 2017

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Creer o comprender. He ahí el dilema

Decía Jorge Wagensberg: “Creer es genética, comprender es cultura” Tomando el aserto como cierto, ¡cuánto pertenece todavía al poder de la genética! ¡Qué pequeña la influencia de la cultura! Y qué difíciles son de convencer los creyentes, convencerlos para que razonen, para que examinen sus creencias o las pongan en duda. Aunque luego decidan volver a ellas una vez hecha la reflexión. Y es que la creencia cobija y la razón está a la intemperie, y hace frío, o mucho calor. El creyente posee un vínculo emocional con lo que cree, por lo que puede ser contradicho por la evidencia sin que sus creencias vacilen. Además, constatamos, casi todas las creencias son creencias inducidas. Nadie las busca, o casi nadie. Le vienen con el nacimiento. Un niño judío creerá lo que su familia y entorno social le ordene creer. Y lo mismo sucede con un niño católico o uno musulmán. Esta verdad de Perogrullo, evidencia apostada a la vista de todos, nadie la dice, y menos se atreven a enfrentarse a ella. Casi todos los creyentes son hipnóticos. Están en trance desde su primer adoctrinamiento. El otro día un médico me decía que la fe era una psicopatía. Qué razón tiene. Pero ya se sabe, una enfermedad extendida no se ve como tal sino como una forma de normalidad. Los raros son los otros, los menos, los que han dejado el aprisco de la creencia confortable. Sí, el hombre prefiere creer antes que conocer. Aunque sólo fuera por pereza. Conocer cuesta esfuerzo, para creer uno sólo debe dejarse arrastrar por el rebaño. Porque, ¿quién se pregunta con honestidad por qué prefiere su fe o sus creencias a las de los demás? ¿Hay alguien que pueda decir: he indagado en todas las fes del mundo y he decidió quedarme con ésta, que considero la mejor, o la más convincente? Nadie hace eso. Si lo hiciera, comprobaría la sinrazón de las fes antagonistas y al cabo la sinrazón de la suya, y perdería la fe, cualquier fe. Yo no creo en la creencia. Yo creo en la verdad efímera, portátil, de alquiler. Para mí la creencia, como para Arthur Koestler, es la fruta del odio. Más mal hará un creyente que mil escépticos, un hombre de fe que quinientos racionalistas. A todos los creyentes yo les diría: “Todo lo que habéis venido creyendo hasta ahora, es mentira! ¡Os jodéis!” Claro que correría peligro de ser lapidado, excomulgado o encarcelado. Suele ser su respuesta.


Zaragoza, 13 de diciembre de 2017

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Elogio del humor

El humor, para Freud, era una forma liberadora de enfrentarse al mundo y de rechazar sus agresiones. ¿Qué mejor forma liberadora que cambiar de prisma? La viñeta que acompaña a este texto podría representar el vil apaleamiento de un manifestante, pero por arte de un cambio de vista imprevisto se troca en algo humorístico. En estos casos un resorte íntimo nos lleva a la sonrisa o a la carcajada, y la vida fluye más ligera y las pesadumbres pierden su aciago tinte. La risa, casi me atrevería a decir, está en la base de todas las revoluciones y sublevaciones. Porque lo establecido, el poder monolítico, es serio siempre, y el sentido del humor lo debilita, lo confunde, lo desarma o lo desviste. Otra cosa es que después la revolución ser torne a su vez seria y reemplace la tiranía derribada. Otros vendrán que aplicarán a la nueva situación de dictatorial seriedad su corrosivo humor. Y es que la política y el humor están reñidos. Ya lo sabía Gómez de la Serna: el ser humorista me ha costado no ser ministro por incompatibilidad de cargos. Pero el “ser humorista” de Ramón no se refiere al que construye el humor, a quien lo forma, sino al bufón, al que provoca risa, al político. Siempre hay que reírse de los políticos. Ante un político hay que repetir la frase de Horacio: Risum teneatis, amici? Que se anuestra por: ¿Podéis contener la risa, amigos? Porque el humor, entre otros beneficios, desdramatiza. El humor es incluso capaz de reírse de sí mismo y es por ello una forma eficaz de autocrítica. Sin humor sólo nos quedaría someternos, adoptar la seriedad de los próceres y los sacerdotes, sucumbir a lo sagrado, refrendar los dogmas y por ello, la injusticia. El mundo, dijo Horacio Walpole, es a la vez una comedia y una tragedia: una comedia para el hombre que piensa y una tragedia para el hombre que siente. El verdadero humorista reúne a esos dos hombres en uno. Acabemos con un apotegma del sentencioso Doctor Johnson: “Pongámonos serios, viene un tonto”.


Zaragoza, 29 de noviembre de 2017

miércoles, 22 de noviembre de 2017

La soledad del corredor de fondos

¿Hay mayor soledad que la soledad del alto inversor? ¿No está solo George Soros en su despacho en las alturas, pensando en hundir una débil economía para aumentar su ya desproporcionado patrimonio? ¿En quién pueden confiar estos tiburones de las finanzas? Un amigo no sería para ellos sino un cliente potencial o una víctima propiciatoria a quien esquilmar hasta la ruina. Te pide los ahorros para estrujarlos y sacarle zumo de réditos, réditos cuya mayor parte irán a engrosar su capital. Están solos porque se lo merecen, algunos porque así lo desean. Alguien a su lado podría traerles recuerdos de un ser llamado prójimo y hacer surgir en ellos un mínimo de conciencia que podría echar al traste su próxima operación. Porque todas sus operaciones generan víctimas. Víctimas inocentes (algunas no tanto, no lloremos, por ejemplo, por las víctimas de Madoff) que, además, no se enteran: pequeños propietarios de empresa que ven disminuir el precio de su producto en los mercados, inmigrantes cuyas remesas de divisas valen ahora menos en su país, poseedores de hipotecas que no saben por qué suben los intereses de las mismas, consumidores de alimentos o de gasolina que ven aumentados los precios sin comerlo ni beberlo. Porque un simple bufido en una de estas oficinas de magnates financieros puede desencadenar un terremoto bursátil en Taiwán. Por seguir con George Soros, decía este especulador que el mercado vota todos los días. Y si no, que se lo pregunten a los argentinos en época del “corralito”, a los irlandeses, griegos, portugueses y españoles en la actual crisis. Ellos, los dueños del dinero, defienden su codicia diciendo que quien dice no amar el dinero es un mentiroso, a no ser que lo demuestre, en cuyo caso sería un tonto. Y es que el dinero es poder en abstracto, es felicidad en abstracto. Pero consolémonos con esta afirmación de Fernando de Rojas: “Más son los posseýdos de las riquezas que los que las poseen”.


Zaragoza, 22 de noviembre de 2017

miércoles, 15 de noviembre de 2017

El sexo y la intelectualidad

¿Será verdad, como dice el chiste, que el sexo está reñido con la intelectualidad, con el raciocinio? La verdad es que de pocos filósofos o pensadores puede decirse que se hayan dado a las mujeres. Más bien propugnaban un cierto alejamiento de ellas, una cierta castidad. Claro que eso es lo que propugnaban, lo que predicaban a sus discípulos. ¡Si los burdeles de la antigua Grecia hablaran, si lo hicieran los de la Roma imperial, los de Königsberg! Bueno, de Königsberg quizá no, pues Kant no creo que los frecuentara, pues habría de ser a hora fija, un coito milimetrado, sin retrasos. Y eso no puede ser. El sexo necesita su tiempo, no está sometido a cálculo ni a razones puras. Se me dirá que por qué para referirse al sexo de los intelectuales me circunscribo a los burdeles y no a los ligues normales, al donjuanismo social. La respuesta es que siendo gente que piensa, que cavila, no se les habrá escapado que el sexo por dinero es más barato que el que se practica con mujeres normales, y que además requiere menos tiempo, causa menos molestias y no deja ataduras sentimentales, detalle éste último siempre de agradecer cuando se persiguen metas intelectuales. Sus ventajas, como he señalado, son múltiples. Además las putas no se chivan de si la tienes pequeña o te gusta alguna que otra perversidad. O si lo hacen, la indiscreción no tiene trascendencia social. Pero si se supiera en los círculos académicos, su filosofía se resentiría. O a lo mejor no. Siempre se ha dicho que a Sócrates le gustaban los jovenelos. Y esa circunstancia no ha empañado su filosofía. Claro que su filosofía la escribió Platón, que fue jovenelo durante la madurez viril de Sócrates. Hay dios, que esto me está llevando más lejos de donde quisiera. Me detengo aquí por prudencia filosófica.


Zaragoza, 15 de noviembre de 2017

miércoles, 8 de noviembre de 2017

¿Es la historia el error, el gran error?

¿Es la historia un conjunto de hechos que no tenían que haber sucedido? Esto opinaba el polaco S. J. Lec, donde la S.J. no está por la Compañía de Jesús. Y sí, sí que parece la historia un catálogo de cosas a evitar: guerras, genocidios,  levantamientos, revoluciones, abusos de poder, megalomanías criminales… Todo parece darle la razón a Miches Serres, para quien la única ley de la historia es: ¡Qué corra la sangre, que mueran los hombres! Aparte de la muerte de los muchos, otra de las características que sobresalen en los textos de historia es la de sus protagonistas: todos eran reyes, emperadores, generales. ¿Y el hombre común? Olvidado, velado por el oropel de los príncipes, enmudecido por el fragor de los ejércitos. De un plumazo, y con el nombre de un simple monarca, se describen cincuenta años de sufrimientos de los miserables, de injusticias sin nombre sobre la población. La historia debería ser la historia de todos, una materia coral y no el discurrir de los directores temporales del coro, que ni siquiera saben cantar. Tenía razón Unamuno cuando se quejaba de que la historia da razón de los cuatro que gritan y nada dice de los cuarenta mil que callan. Y estos que gritan, en opinión de Karl Kraus, son unos chulos. Aunque más bien serían imbéciles, imbéciles victoriosos. Porque esa es otra: la historia es una sucesión de bobos victoriosos, porque son los que vencen los que la escriben, y hemos dicho que son bobos pero no tontos. Decía Jardiel Poncela que la historia es, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió. Pero podemos imaginárnoslo. Es tan patente que la historia se distorsiona de acuerdo con quien la escribe, que si un ser de otro planeta examinara la historia moderna de España a tenor de los textos educativos de Euskadi, Cataluña, Galicia y Castilla, creería que se refería a países y sucesos distintos y distantes. Quizá no estuviera desencaminado Octavio Paz cuando afirmó que la historia es el error. El gran error.


Zaragoza, 8 de noviembre de 2017

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El software primigenio

¿Cómo se les explica hoy a los jóvenes el concepto de Dios? Sí, ya sé que lo mejor sería no decirles nada, olvidarnos de tan adusto señor, pero si hubiera que hacerlo, aunque fuera para explicarles la importancia que tuvo en el pasado y la culpa que tiene hoy en las guerras que asolan nuestras geografías, ¿sería indicado utilizar conceptos trasnochados, hablar del Génesis, de la omnisciencia, explicarle las vías tomistas y demás escolasticismos pasados de moda? ¿Por qué no utilizar nuevos símiles y decirles, como bien lo expresa el personaje del dibujo, que Dios fue el software primigenio, que el programa se llama vida o existencia, y que el videojuego en el que estamos inmersos se llama Mundo o Realidad u otro nombre grandilocuente a la par que genérico? Ellos entenderían mejor estos símiles, habituados a los videojuegos, donde hay héroes y señores tan poderosos como semidioses. Pero si bien el símil del software primigenio pudiera explicar a Dios, ¿cómo explicar la religión? ¿Serían como las instrucciones de un juego? Aquí quizá sería mejor utilizar otro símil no ajeno a la juventud, uno que pertenezca al mundo de los narcóticos. Porque, ¿en qué se diferencia la religión del LSD o el éxtasis, que es palabra mística? Las dos opciones sedan por medio de una fuente externa. Claro que si hablamos de sedar, sería más adecuado utilizar el opio. Además sería una imagen ya utilizada: la religión como opio del pueblo. Pero el opio no está de moda entre los jóvenes. Cambiémoslo por la maría o el hachís. ¿Y el infierno? ¿Cómo explicarles que el programador todopoderoso ha creado un infierno para castigar a quienes no se someten al juego o que, sometiéndose, no superaran las pruebas a las que el juego obliga? ¿No verían en este Dios un sucedáneo de Saurón? ¿Y dónde ubicamos aquí a Gandalf? ¿Ejercería de sumo pontífice, por eso del báculo y la túnica blanca? ¿Y en que consola jugamos, y con qué mandos? Mejor, como he sugerido al principio, sería no decirles nada de este obsoleto personaje.


Zaragoza, 01.11.17

miércoles, 25 de octubre de 2017

Los herederos de Judas

Mientras la pobreza se extiende en el mundo y la necesidad se instala en países donde parecía desterrada, los bancos siguen aumentando sus beneficios de forma escandalosa. Ya no pagan por tener nuestro dinero, nos cobran. Cobran por los recibos domiciliados que años antes nos animaron a domiciliar, por cada transacción o apunte de la cartilla de ahorros, por utilizar la tarjeta de crédito que nos han metido casi a la fuerza y que les deja pingües beneficios cada vez que la usamos. ¿Hasta cuándo soportaremos la ignominia? ¿Tendremos que reivindicar la desdomiciliación de recibos y exigir a las empresas la nomina en efectivo, como en tiempos pretéritos? Mas poderoso caballero es don Dinero, como dijera Quevedo. Establecerán leyes donde se impida cobrar salarios en metálico (por nuestra seguridad) o que se restablezca la figura del cobrador a domicilio (amenazando con aumentar los recibos por este motivo). Y es que el dinero lo compra todo, salvo la pobreza. Con esa no puede, o no se atreve. En realidad no quiere. Estos pulpos de hipocresía, salamandras bursátiles, se amparan en el dicho de Vespasiano a su hijo cuando éste le recriminó el cobro de impuestos sobre las letrinas de Roma. Vespasiano mostró a su hijo el dinero y le dijo: Non olet. No, el dinero, provenga de donde provenga, no huele. Si así fuera, el dinero llevaría pegado los sufrimientos y los padecimientos que lo generan. Puta universal, llamó Karl Marx al dinero. Y eso hace de los banqueros unos chulos, unos proxenetas monetarios. Pero ya lo advirtió San Jerónimo: el rico, o es injusto o es heredero de los injustos. Habría que lanzar el grito de Tirión: “¡Hay que exigir a los ricos que se arruinen!” Y si no lo hacen, nos consolaremos con esta maledicencia de José Luis Coll: “Si tienes mucho dinero, un día podrás enterarte de que eres un hijo de puta”. Puede que Leon Bloy tuviera razón y no hubiera en el mundo más dinero que las treinta monedas de plata que recibió Judas por vender a Jesús. Cerremos la digresión con la tajante opinión de Hermann Hesse: “Todo dinero es robado, todo tener es injusto”.


Zaragoza, 25 de octubre de 2017

miércoles, 18 de octubre de 2017

El arte de matar con uniforme

El poder, los mandamases siempre han asociado la profesión castrense al honor, al valor, la entrega y el sacrificio, sin ocultar una cierta delectación chulesca en la crueldad, que estiman un mal necesario en su patriótica labor. Es significativa una arenga que recoge Voltaire y que dirigió en 1672 el mariscal de Luxemburgo a sus tropas: “Hijos míos: comed, robad, saquead, matad y violad; y si encontráis algún acto más abominable que éstos, cometedlo, para probarme que no me he equivocado al escogeros, creyendo que sois los hombres más bravos del mundo”. Esta arenga, si bien no tan explícita (por miedo de la prensa democrática) persiste en los modernos ejércitos y pueden verse pruebas de estas “hazañas” en la reciente guerra de Irak, donde soldados occidentales parecen recordar (y seguir) recomendaciones similares a las que pronunciara el mariscal de Luxemburgo. Ya no hay soldados como Arquíloco, que no se avergonzaba de confesar que, en una batalla, abandonó sus armas y echó a correr, para los griegos de entonces el mayor signo de cobardía concebible en un soldado. Arquíloco, con desfachatez (era poeta, no se olvide), relata: “Un tracio lleva ahora, ufano, mi escudo; lo abandoné sin reproche, pero yo me salvé. ¿Qué me importa a mí aquel escudo? Puedo comprar otro del mismo valor”. Lo que nos convendría hoy es que esta actitud de Arquíloco se contagiara en los ejércitos (todos los ejércitos), que los soldados abandonasen sus fusiles, sus cascos, la munición y saliesen corriendo. Juntos podrían quedar para ir a un concierto de rock, al cine o a reunirse para una masturbación ritual. Cualquier cosa entes que desempeñar el oficio de matar. Matar a alguien que no conoces, que no te ha ofendido, simplemente porque corporaciones económicas ansían materias primas o precisan nuevos mercados. ¡Qué empuñen ellos, los directivos y gobernantes, las armas!


Zaragoza, 18 de octubre de 2017

miércoles, 4 de octubre de 2017

Fracasar a los veinte años

Vivimos inmersos en una sociedad donde se puede ser un fracasado a los veinte años. Vivimos en una sociedad enferma. Los niños prodigio no son, como antaño, excepciones o deformidades. Hoy son la regla y casi el objetivo principal de muchos padres. Esto ocurre más frecuentemente en el deporte. Los deportistas de ciertas especialidades son cada vez más jóvenes, más suculentas las ganancias que proporcionan a sus progenitores, y los padres más avariciosos. Yo he visto a padres perseguir a entrenadores de fútbol porque sus hijos de 14 y 15 años no jugaban suficientes minutos y de esa forma se le cerraban, era su argumento, los caminos para acceder a clubes de prestigio que condujeran a su hijo a la fama y el dinero. O luchas encarnizadas de padres en las federaciones de tenis locales para favorecer a sus retoños o los de sus amigos. La elección de esos dos deportes no es casual: hoy por hoy son los que proporcionan mayor fama e ingresos y dónde la juventud suele ser una ventaja, sobre todo en el tenis. Deben creer que donde hay fortuna hay alma.
            Esta tendencia a lo juvenícola también se da en otras profesiones. Hoy, en las grandes compañías, a los gerentes entrados en años (a partir de cincuenta) se les reemplaza por imberbes con máster y varios idiomas. En las artes, en muchas de ellas, el que no alcanza la cima a los cuarenta años puede considerarse un fracasado. Pocos, después de esta edad, pueden acceder a un estatus de excelencia que viene la mayoría de las veces determinado por los medios de comunicación y agencias de promoción, ambos claros favorecedores del aspecto juvenil de los posibles famosos. ¿Qué ocurre con toda esa frustración que se acumula entre los que ya no tienen edad para triunfar? Pocos logran reciclarse en ciudadanos amables, o incluso resignados, muchos terminan refugiándose en paraísos artificiales, o se dan a la violencia doméstica o eligen el rol de cascarrabias. Nos falta esa sabiduría oriental que nos permite envejecer sin ser notados, cumplir sencillamente con el ciclo vital que nos ha sido asignado por la naturaleza. El mismo polvo espera al triunfador que al fracasado, pero el nuestro, el de los fracasados, aún puede ser polvo enamorado.


Zaragoza, 4 de octubre de 2017

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Reflexiones en torno a la muerte

Decía Epicteto: “Recuerda que eres una inteligencia que lleva de paseo a un cadáver”. Pero nos obstinamos en no recordar y sólo nos acordamos de la muerte cuando ésta nos toca de cerca o nos acosa desde una grave enfermedad. Entonces sí, entonces nos volvemos más humildes y más clarividentes, porque comprendemos la vanidad de nuestras pre-ocupaciones cotidianas. Y en este aspecto es un consuelo. Reducimos las preocupaciones a una: no morirse. Quizá sea ésta la gran ventaja de la muerte, que si no nos permite reír, al menos terminará con nuestros lloros. Porque como dijera Quevedo: “la muerte trae al dichoso lo que teme y al miserable lo que desea”. En el lecho del agonizante se prefiere no haber tenido nada que tener mucho. Lo que se deja sirve de contrapeso, si uno deja mucho la agonía es desesperante, un suplicio. Tengamos en cuenta que la muerte es el precio que se paga por estar vivo. Si uno no nace, no puede morir. Y puesto que la ley del viviente impone ese pago, sería mezquino no querer abonarlo. Se salda una cuenta. Eso es todo. Eso es, también, el todo, aunque lo llamemos la nada. Peor lo tienen los creyentes, que tienen que tragar con un Dios que dijo “no matarás”, y les condenó a morir. O quizá es que Dios, para no equivocarse, castigue con la muerte a buenos y malos, creyentes y ateos. Así no habrá errores. Todos a la huesa. Luego él elegirá a los suyos. Cuando le preguntaron a Ramón Gómez de la Serna si tenía miedo a morir, contestó: “¿Y en qué cosa mejor voy a emplear el miedo?” Como consuelo, y como también advirtiera el señero greguerista, nuestro nombre sobrevive durante una temporada en el panteón tipográfico del listín telefónico. Hoy diríamos en el Facebook. Lo que viene a ser equivalente.


Zaragoza, 27 de septiembre de 2017

miércoles, 20 de septiembre de 2017

El descenso de la especie

Cuando uno echa la vista atrás y contempla esa corriente de demencia que parece recorrer la historia del hombre, uno no puede sino preguntarse si el homo sapiens no supondrá una falla biológica, el resultado de un desgraciado accidente evolutivo. Una desafortunada mutación, un grave error de la naturaleza. Ello nos lleva a deducir que si bien el hombre puede considerarse la única especie con pasado, es más que probable que sea también la única especie sin futuro. Y esto se ve, se nota, flota en el ambiente, pero a nadie parece importarle. Como si cada uno dijera: mientras ocurra más allá de mi tiempo prescrito… Y es que, como dijera Walter Benjamin, la humanidad ha alcanzado tal grado de alienación (yo lo llamaría subnormalidad) que sería capaz de contemplar su propia destrucción como un espectáculo de primer orden. Alguna multinacional del entretenimiento, no me cabe duda, se haría con los derechos y vendería, con gran margen de rentabilidad, entradas para contemplar loe últimos estertores del planeta desde un lugar privilegiado. Claro que no es de extrañar que esto suceda cuando un preclaro filósofo, Fitche, dijo: “No rompería mi palabra ni para salvar la humanidad”. El ejemplo ha cundido y los comerciantes e industriales de todos los países pueden decir, junto a Fitche: “No renunciaría al mínimo margen de ganancias ni para salvar la humanidad”. Y no, no lo hacen, a la vista está. ¿Y qué podemos hacer los pocos conscientes del peligro ante esta indiferencia de los poderosos? Yo, por mi parte, ya me he comprado una peli porno y pienso contemplar la destrucción del planeta haciéndome una paja. Y procuraré hacer coincidir ambos clímax.


Zaragoza, 20 de septiembre de 2017

miércoles, 16 de agosto de 2017

Derechos de autor para ONG’s

J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, donó todos los ingresos de su obra al hospital infantil de Londres. Como la obra tuviera un enorme éxito, los réditos generados permitieron a dicho hospital perdurar y trabajar con holgura económica. Pero hete aquí que en el año 2007, y según dicta la ley, los derechos de Peter Pan serán libres y exentos de pagar derechos de autor. El hospital infantil, que ve así peligrar su principal fuente de ingresos, ¿qué hace? Decidieron crear otro Peter Pan que diese pan a sus pupilos y a sus administradores. Para ello convocaron un concurso entre escritores para una secuela de Peter Pan, con la condición que se les cediese a ellos los derechos, tal como hiciera J. M. Barrie en su día. Producto de este concurso fue el libro recientemente publicado Peter Pan y el rojo escarlata, de la escritora británica Geraldine McCoughrean. El libro, su estilo, su promoción, su autora incluso, recuerdan a los libros de Harry Potter, libros estos con cuyos derechos podrían funcionar todos los hospitales infantiles del mundo. Y ya que la idea está lanzada, y parece que funciona, ¿a qué esperan todas las instituciones caritativas españolas para imitarlos? ¿No podría Aldeas Infantiles, Oxfam, Médicos sin fronteras o Cáritas convocar un concurso para elegir un libro que continuase, por ejemplo, las aventuras de Manolito Gafotas, o Pulgarcito, o El buscón, y con los derechos y réditos del libro proseguir, más prósperos, sus fines altruistas? Porque no sólo de Peter Pan vive el hombre, y menos las instituciones caritativas. Servirían también el capitán Trueno, el guerrero del antifaz o Roberto Alcázar, con o sin Pedrín. Sugeriría a estas instituciones u ONG’s que aprendieran de estos británicos y siguieran su ejemplo. Podría darse un Platero, tú y la albarda escarlata. Quién sabe.


Zaragoza, 16 de agosto de 2017

miércoles, 9 de agosto de 2017

La meditación

¿Cómo fingen los santones cuando fingen que meditan? Los orientales argumentan que la meditación sirve para dejar la mente en blanco, vacía. Los occidentales para llenarlas con visiones de Dios. Los musulmanes prefieren marearse recitando suras mientras cabecean o dando vueltas como los derviches. Pero la meditación, el plegarse sobre el yo interior, ha progresado y hoy en día existen herramientas que, con sólo exponerse a su influjo, vacían la mente. La más difundida, y exitosa, es la televisión. Este aparato emite ondas místicas que vacían el cerebro y permiten que en él entren los nuevos dioses: coches, lavadoras, detergentes. Ya no se necesita estar recluido en un convento o retirado en el campo o la montaña para quedar ensimismado, vacío de voluntad. Millones de personas experimentan esta misma proeza sentados cómodamente en el salón de su casa deglutiendo comida basura y los ojos fijos en una pantalla encendida. Cuando nos imaginamos a un hombre sumido en la meditación la primera imagen que nos viene a la cabeza es la de un monje budista sentado en la posición de loto. Pero cuando al presidente Bush Jr. le anunciaron la catástrofe del 11-S, su cara se mantuvo varios minutos en profunda meditación, vaciando su mente, con un libro infantil del revés en las manos, en pleno nirvana. Muchas son las hipótesis que se han barajado sobre dónde estaría su mente en ese momento. ¿Se preguntaría qué cayó de la maligna luna la última noche? ¿Ocuparían sus ensueños un desfile de cabras mesopotámicas o egipciacas? Pregunta para los pájaros de yo no sé dónde. Pero me surge otra pregunta: ¿qué diferencia hay entre el “vaciado” del mandatario estadounidense, el del televidente acérrimo, y el del monje budista? Una solo: el “despegue” de Bush es siempre más profundo y no necesita de técnicas de meditación, pues su mente vive perennemente en una noche hipnotizada por la luna.


Zaragoza, a 9 de agosto de 2017

miércoles, 2 de agosto de 2017

Los índices de audiencia y la idiotez

Los índices de audiencia y su influencia sobre el precio de los anuncios han causado un cambio radical en las parrillas de los programas de televisión. Un programa que en un par de semanas no alcanza el índice de audiencia requerido, es eliminado o relegado a un horario de madrugada. Ejemplos no faltan. Con este sistema se eliminan programas con un gran potencial de audiencia pero de crecimiento lento. Lo que a su vez conduce a que se mantengan sólo programas que promueven el escándalo, la banalización chismosa, la broma chusca, y cosas peores. Lo que a su vez conlleva que los espectadores (perdón, clientes) se vuelvan más cazurros y descerebrados. Esta espiral degradante nos ha conducido a la actual televisión, donde priman programas donde lo principal es el morbo, la incultura y las risas enlatadas (dios mío, nos indican hasta cuándo hemos de reírnos; y además risas grabadas hace tantos años que la mayoría de los rientes ya están muertos; dios mío, risas de muertos). Adiós cultura, adiós. Para encontrar programas interesantes, y estos no tienen por qué ser documentales de naturaleza, uno ha de recurrir a cadenas de pago o a canales estatales sin anuncios. Antes podría recurrirse a programas de madrugada, pero ahora ni eso, pues se han sustituido por teletiendas y echadoras de cartas. Está claro que esta situación forma parte de un complot, un complot de los libreros e ilustrados para que apaguemos el televisor de una vez por todas y nos dediquemos a leer. Algunos estamos listos para este cambio de paradigma. El problema es si lo está el 99% de la población, hipnotizada por la estupidez televisiva. ¿Cómo despertarlos de su letargo? Eso no siquiera está en los libros.


Zaragoza, a 2 de agosto de 2017

miércoles, 26 de julio de 2017

El progreso de la filosofía

¿Ha avanzado la filosofía desde los tiempos antiguos? ¿Es ahora más clara, más comprensible, más didáctica? ¿Ha aumentado su influencia sobre la sociedad? La respuesta es un rotundo NO. Hoy la filosofía es impenetrable muro de insoluble concreto, mero juego de abalorios para profesionales del ramo que se mira el ombligo y se celebran unos a otros en revistas que sólo leen ellos. Desde Nietzsche, no ha habido un filósofo que se le entienda, que resulte mínimamente comprensible. El único, si acaso, Ortega y Gasset, quien declaró que la claridad era la cortesía de los filósofos. Después de Ortega, esa cortesía se esfumó y dio paso a una escritura elitista y rencorosa, galimatías para superfluos, y por ello nada influyente. Esta huida hacia lo críptico, hacia el galimatías, culminó con el movimiento de los nuevos filósofos franceses: Deleuze, Guattari, Lacan, et al. Y así, en el colmo de la osadía y la desvergüenza, Lacan osó proferir que “el órgano eréctil es igual a la raíz cuadrada de -1”. Será, el suyo, laxo y retráctil, porque de tanto parir chorradas se le cae a uno el pelo… y la virilidad. ¿Entienden ustedes que la cantidad de información transmitida en un mensaje sea igual al logaritmo binario del número de alternativas susceptibles de definir el mensaje sin ambigüedad? ¿A quién coño se dirige Umberto Eco con esta frase tan “ambigua” (conclusión a la que he llegado sin tener que calcular logaritmos)? ¿Quieren los filósofos de hoy que los entendamos? ¿Pretenden influir en la sociedad profiriendo semejantes majaderías? No, la filosofía no ha progresado desde los tiempos de Diógenes. Los filósofos siguen viviendo en los toneles de marfil del elitismo.


Zaragoza, 26 de julio de 2017

miércoles, 19 de julio de 2017

En torno a la guerra

La guerra es un tema inacabable, inabarcable. La guerra acabará, no obstante, con nosotros. Una prestigiosa revista británica calcula en 600.000 las víctimas de la última guerra de Irak. Y todavía los defensores de la invasión, en vez de sonrojarse o suicidarse de remordimientos, la defienden como una acción necesaria para la libertad. ¿Libertad de quién? Arguyen que se ha derrotado a un tirano. Y yo me pregunto, ¿vale la destitución de uno de los miles de tiranos que pueblan este mundo la muerte de 600.000 hombres? Y eso sin entrar en si ese era el verdadero propósito o eran otros los fines, más crematísticos, que albergaban los invasores. Aceptando la cifra de víctimas anterior como un valor de cambio estándar, a estos defensores de la invasión les preguntaría: “¿Cuántos muertos hubieran estado dispuesto a causar para derrocar a Franco? ¿300.000 muertos hubiera sido un buen precio? Pero se me olvidaba que uno de ellos, el de bigotillo, apoyó a Franco, salió de sus propias filas. Los norteamericanos, que encumbraron y sostuvieron a Sadam Hussein (y a otros tiranos igual de crueles), se arrogan luego el derecho a derrocarlo, aunque el precio en víctimas humanas sea tan alto. Pero aún les haría más preguntas: ¿Por qué Sadam Hussein? En el mundo había (y hay) más tiranos, tiranos más crueles y malvados. ¿Será que estos tiranos no tienen petróleo o que poseen armamento nuclear, dos escenarios que no conviene menospreciar?
            Pero miremos el lado práctico, el más inhumano. Karlheinz Deschner dijo: “Cuando los hombres caen, suben los precios”. Fue profeta con lo de Irak. La guerra elevó el precio del petróleo hasta niveles impensables, precios que dejaron pingües beneficios en las principales compañías petrolíferas que, casualmente, son norteamericanas e inglesas, nacionalidad de los dos principales instigadores de la invasión. Pero si hasta Plutarco lo sabía: “Los pobres van a la guerra a luchar y a morir por los placeres, las riquezas y superfluidades de los ricos”. Cierro esta digresión con una sentencia lapidaria de Hermann Hesse: “El lado para el que trabajan los cañones nunca es el adecuado”.


Zaragoza, 19 de julio de 2017

miércoles, 28 de junio de 2017

La mujer, los poetas y el dolor

¿Por qué la imagen del dolor resalta más, parece más real, en el rostro de una mujer? ¿Será que el dolor va unido a la sensibilidad, que lo propaga y lo amplifica? La mujer pasa por ser más sensible que el hombre. Y si es poeta, doble sensibilidad. Ya lo dijo Aleixandre: “Sí, poeta; el amor y el dolor es tu reino”. Como hemos dicho, si unimos a la cualidad de poeta el de ser mujer, obtenemos la antena más precisa para recoger el dolor en todas sus variantes. Y esa antena bien puede llamarse Alejandra Pizarnik: “Yo no sufro, yo no digo sino mi asco por el lenguaje de la ternura”. Pero mentía, sí sufría, y mucho. Acabó con su vida tomando un tósigo. Se envenenó. Otro poeta que sufrió lo indecible fue César Vallejo: “Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa”. Sí, la mujer y los poetas son los sufridores de este reino donde impera el desamor. Cuando se quiere resaltar el dolor de una catástrofe, de un atentado, se recurre a las mujeres, mujeres madres, mujeres esposas, mujeres con lagrimales secos de tanto llorar. No sé si el dolor nos hace mejores o simplemente nos endurece, nos hace callo en el ánimo. Decía Umbral, Francisco, que había que beber a chorros del dolor, beberlo a morro. Pero de todos los dolores se bebe a morro. Quienes se preparan una copita de dolor y lo saborean como un enólogo, ése no sabe lo que es el dolor. El dolor no se deja domesticar. El dolor tampoco se olvida. El dolor que se olvida no es dolor. ¡Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, y más la nada!


Zaragoza, 28 de junio de 2017

miércoles, 21 de junio de 2017

La molesta manía de regalar

Vivimos una época de consumo desaforado, desbocado. Se compran regalos para los cumpleaños, los santos, las despedidas, los matrimonios, los divorcios, por San Valentín, por San Cucufato, cualquier efeméride es válida para lanzarse en busca del objeto de regalo ideal. Pero la oferta de objetos ideales, idóneos, es tan grande que los despersonaliza y los vuelve ordinarios, cuando no fuera de contexto. Pero hay que regalar, hay que regalar… Es el mantra de nuestra sociedad del despilfarro: “hay que regalar”. Y nos regalan, regalamos. Nos regalan y regalamos objetos inservibles que uno no sabe dónde ocultar, dónde esconder, cómo deshacerse de ellos. La mayoría son bibelots que terminan en las estanterías, entre los libros, lo que provoca que se caigan o que haya que apartarlos para sacar un determinado tomo, lo que a su vez provoca que renunciemos a la lectura para no tener que reordenar toda la morralla que entorpece la extracción de los libros. El regalo de compromiso deviene así el peor enemigo de la lectura. El regalo de chuminadas es hoy tal negocio que al menos dos veces al año los semanarios de los principales diarios nos regalan suplementos donde se muestran con profusión estos preciados y codiciados objetos con los que torturar a parientes y amigos. Y entre sus páginas uno descubre dónde se ha refugiado la inventiva de los diseñadores y creativos. Es así que uno puede encontrar objetos tan inútiles como el temporizador de pasta cuya foto acompaña esta crónica (lean su utilidad, su funcionamiento, lean y abochórnense), o el sacacorchos hidráulico y diseño ergonómico, el limpia pipas con cadenita para sujetarlo al batín (¿Quién coño lleva hoy batín en casa?), la pluma estilográfica que es a la vez despertador, los calcetines con bolsitas que recogen el sudor, las pantuflas con calefacción eléctrica, el condón que emite gemidos de placer, las tijeras a vapor, el abre-cartas que es a la vez termómetro, un calendario que se rige por el rito milanés. ¿Para cuándo el bibelot que repita al comprador, cada minuto: “imbécil”?


Zaragoza, 21 de junio de 2017

miércoles, 31 de mayo de 2017

Literatura para soñar

La literatura ha sido acusada de hacernos soñar y apartarnos de ese deber ingrato que es la vida. Y efectivamente, la literatura puede evadirnos, pero esa evasión no tiene por qué significar renuncia a la vida. Y aunque así fuera, ¿qué? Vila-Matas asegura que entre la vida y los libros se queda con éstos últimos. Y yo le comprendo, y casi comparto su criterio. Pero no es una idea nueva. Ya Proust manifestó: “la verdadera vida, la vida por fin esclarecida y descubierta, la única vida por lo tanto plenamente vivida, es la literatura”. ¿Quién no ha sufrido, de entre los lectores, el trauma del regreso a la realidad? ¿Quién no ha visto reducida la existencia que le rodea al regreso de Macondo, o del París de Rayuela? Nuestra vida siempre es más pobre, más chata, más roma de sentimientos y más avara de avatares. Quizá Sartre tuviera razón cuando denunció a la literatura como una ilusión, cuando asegura que se escribe porque no podemos vivir como quisiéramos. Para eso nació la literatura, para poder vivir otras vidas, otras épocas. ¿Vidas con red? Pues sí, pero qué importa si cuando estás en el aire no la percibes, no la sientes, ni te importa si está o no está. Admito que este punto de vista de quienes apostamos por soñar en/con/dentro de la literatura no es compartido por mucha gente. Los exégetas de la cruda realidad proclaman que una noche de primavera relaja más que toda la literatura. ¿Y una noche de primavera vivida en una novela? Otros tachan a las novelas de literatura infantil para adultos, prefiriendo a este género la autobiografía, los libros de geografía o de ciencia. ¿Y qué? ¿Acaso no se puede soñar con príncipes y princesas una vez cumplidos los veinte años? Hay que escapar de la rutina de los días y las horas, y para ello están esas puertas a lo extraordinario que se llaman libros. Y es que yo, como García Hortelano, creo que la literatura es esa otra vida de la vida. Dos vidas, un chollo.


Zaragoza, 31 de mayo de 2017

miércoles, 24 de mayo de 2017

Puñetera publicidad

La publicidad es una fuerza imparable, ubicua, indestructible, casi omnipotente. Los altos salarios que paga esta industria le permite alquilar los cerebros más creativos de la sociedad, los más atrevidos. Cuando no son los mensajes subliminales, son las técnicas promocionales dictadas por sesudos psicólogos. Al diluirse entre tantos medios y ante la apatía, prevención o coraza que la publicidad genera en los destinatarios, se elucubran nuevas vías de penetración. Así surgieron los anuncios en forma de noticia (la palabra publicidad aparece en letra pequeña y en el recuadro de la pantalla menos visitado por el ojo), anuncios dentro de las series televisivas o películas (la marca del coche del agente secreto, el aceite que utiliza el ama de casa del serial), y ahora se estila colgar vídeos en internet con la suficiente enjundia para que sean los mismos usuarios los que expandan el mensaje. El caso más notorio es el vídeo que encargó la MTV “Yo amo a Laura”, donde unos jóvenes pijos cantaban las alabanzas de la virginidad, o el más reciente del robo del sillón del presidente español, para anunciar una campaña contra el hambre. ¿Qué será lo próximo? ¿Nos hablarán los garbanzos? ¿Compraremos gafas que interrumpan momentáneamente la visión para recomendarnos una película o unos calzoncillos? Todo es posible, nada es descartable, salvo la circunstancia de que nos dejasen en paz.


Zaragoza, 24 de mayo de 2017

miércoles, 26 de abril de 2017

El bifronte mundo del periodismo

¿Pueden co-existir dos realidades? A tenor de los periódicos de este país, esto no es sólo posible sino que sucede todos los días, a todas horas. Si un lector sólo tuviera como fuente de información el periódico El Mundo y las emisiones de la COPE e 13 TV, viviría en un mundo totalmente distinto del que se informara exclusivamente del Diario Público, la cadena SER o una televisión normal. ¿Cómo puede ser, cómo puede cope? Menos mal que hay indicios, y muchos, que identifican al distorsionador profesional. Los demás periódicos y radios del país, y son muchos, tienden a tener interpretaciones de las noticias más afines a Diario Público y a la cadena SER, que por algo es la más escuchada. Además, los demás estamentos sociales: judicatura, policía, organizaciones no gubernamentales, la ONCE y el Orfeón Donostiarra tampoco apoyan la visión de la realidad del periodista (sic) Eduardo Inda y sus palmeros (recientemente se les denomina trompetas). Lo cual induce a pensar que estos partidarios de teorías de la conspiración participan de la característica más representativa de este tipo de teorías: la paranoia. El Estado, la Policía, los jueces, la Guardia Civil, la mayoría de los partidos políticos y sus votantes se han confabulado contra ellos y su verdad. Pero gracias a su “periodismo mágico” creen que podrán romper el hechizo que recae sobre la mayoría de la población y hacerles ver la luz, o su luz. Una luz que ciega, sobre todo a los que tienen la linterna. Y total, su única baza, además de introducir crispación en la sociedad, es que la gente crea que si algo aparece en letra impresa o se emite por las ondas, debe ser verdad. Qué pocos tienen la valentía de Erik Satie: “Nunca leo un periódico que comparta mi opinión: debe estar distorsionado”.


Zaragoza, 26 de abril de 2014

miércoles, 19 de abril de 2017

Acoso escolar

Hoy en la radio he oído decir a un contertulio que se está exagerando la frontera para que una molestia o problema que siempre ha existido se convierta en un trauma o un problema social que hay que erradicar con presteza. En concreto se refería a esa estadística de algún organismo tutelar que afirma que uno de cada cuatro alumnos escolares sufre acoso. Él no creía que tal cifra fuera posible. Yo tampoco. Pero analizando el informe se descubre que para poder engrosar la lista de los acosados basta con que se hayan reído de alguien en clase o que le hayan puesto un apodo. Esto explica la alarmante estadística. Pero, ¿de quién no se han reído en clase? ¿Quiénes no han sido alguna vez importunado por el matón del curso? ¿Quién no ha tenido que aguantar que le llamen por un apodo? Yo he sufrido todas estas calamidades (no de forma simultánea, ni crónica ni persistente, claro) y no me he considerado objeto de acoso, o por lo menos no en el grado de necesitar tratamiento o defensa. Bien es cierto que no me gustaba y que si me topo algún día con alguno de aquellos tipos les mandaría a la mierda (no les rompería la cara porque si en aquel momento eran más fuertes que yo, asumo que lo seguirán siendo; claro que si fuese en silla de ruedas, y hubiera cerca una pendiente…). En fin, que el acoso se da, nadie lo niega, y es posible que en estos tiempos de enseñanza obligatoria haya aumentado la cifra, pero decir que uno de cada cuatro chavales sufre acoso en la escuela es agarrársela con papel de fumar. A este paso veremos a los chicos denunciar a sus maestros por suspenderles (menudo trauma para el pobre alumno) o a sus padres por no dejarles jugar a la consola, un derecho inalienable del niño de hoy. No nos pasemos. Ni pasemos, ojo.


Zaragoza, 19 de abril de 2017

miércoles, 29 de marzo de 2017

Oscura semblanza de la humanidad

La humanidad es una abstracción, un conjunto que se compone de unidades: los hombres. Juzgar u opinar sobre la humanidad es juzgar y opinar sobre un conjunto dispar de seres. Y sin embargo nada más fácil que opinar sobre la humanidad, ni tan reconfortante. Lo más curioso de estas opiniones es que son en su mayoría negativas, descorazonadoras. Pocos alaban a la humanidad y son legión quienes la denigran. Y entre los denigradores se encuentran eminencias del pensamiento y la cultura. Y eso da miedo. Si las personas consideradas más inteligentes ven a los humanos como una falla biológica, un chirrido en la música de las esferas (Karl Kraus), unos meros chimpancés vestidos (Minsky), una masa insensata e imbécil (Voltaire), seres a los que no les es posible ser buenos ni cuando son buenos (Porchia), una maquinita de vivir (Macedonio Fernández), algo falla, algo ven en esta especie a la que pertenecemos que debería, además de asustarnos, hacernos detener en nuestro imparable progreso y reflexionar seriamente sobre nuestra condición. Quizá sea nuestra soberbia de creernos especie elegida, aunque compartamos el 99% de nuestros genes con el chimpancé, aunque se nos repita por los antropólogos que no representamos mucha originalidad con respecto al resto de los mamíferos (Arsuaga), aunque se nos recuerde que fuimos peces durante varios millones de años. Esta degradación de la especie culmina en Dachau y en Hiroshima y en Irak. Pero ya lo dijo Ramón Gómez de la Serna: “La humanidad no escarmienta sino por los bombardeos”. Pero la historia, ese parte clínico de la irracionalidad de los hombres, le quita la razón. O es que quizá se necesiten más bombardeos. Pero cuidado con los bombardeos, pues recuérdese que somos primos de los chimpancés y que, como dijo el sociobiólogo E. O. Wilson: “Sospecho que si los baboons hamadryas dispusieran de armas nucleares, destruirían el mundo en una semana”.  Y hoy es domingo…


Zaragoza, 29 de marzo de 2017

miércoles, 22 de marzo de 2017

La emancipación de la mujer

El tema de la mujer, como ella misma, es inagotable. La gente no es consciente del largo recorrido de la emancipación de la mujer en nuestro país en los últimos cincuenta años. Yo recuerdo, en mi infancia y adolescencia, que la mujer casada no podía firmar documentos sin la firma del marido, ni realizar contratos, ni votar (ninguno podíamos, la verdad), debía acudir a misa con los brazos y la cabeza cubiertos (¿no les recuerda al conflicto de los velos musulmanes?), no podían ponerse pantalones, ni protestar por los golpes recibidos del marido. Todo eso lo he vivido yo. La diferencia de aquellas mujeres con la mujer de hoy es abismal. Y esto no va tanto dirigido contra esas mujeres que se quejan de su falta de oportunidades (que también) cuanto contra los hombres que hoy también se quejan del protagonismo de la mujer. ¿Qué más quieren?, dicen estos hombres apabullados por el imparable ascenso profesional de la mujer. ¡Lo quieren todo, igual que tú, mamón!
            Es curioso, pero no ha existido otra figura (ser, criatura, persona, imagen) más unánimemente desprestigiada a través de los siglos que la mujer. El poder (patriarcal), la religión, cualquier cultura antigua ha menospreciado a la mujer. La religión quizá más que otras instituciones. Y no nos referimos sólo a esas religiones como la musulmana, que todavía conservan ese menosprecio atávico (un dicho árabe dice que la mejor recompensa que un hombre puede tener es ver su honra –la mujer‑ cubierta por la tumba) sino cualquier religión hoy en vigor, como la católica. Y no me baso en anécdotas antiguas, como que en el Concilio de Macon, en 585, se sometiera a discusión el libro de Alcidalus Valeus titulado “Disertación paradójica en la que se intenta demostrar que las mujeres no son criaturas humanas”. No, hoy la iglesia sigue predicando el sometimiento de la esposa al esposo y haciendo posible que jueces “carcas” y reaccionarios, muy católicos ellos, achaquen a la mujer violada el haber provocado a su violador. Otras veces, pretendiendo ser más transigentes, abogan por un: “Yo no pido a una mujer que sea púdica. Le pido que lo parezca”.
            A ellos, a los despreciadores de lo femenino, les deseo un cambio de sexo. A lo mejor no pensaban igual.


Zaragoza, 22 de marzo de 2017

miércoles, 22 de febrero de 2017

¿Se contagia la crispación política?

¿Se contagia la crispación política? ¿Pueden sus señorías trasmitirse entre sí enfermedades de intolerancia? Yo así lo creo. En estos últimos tiempos (esto lo escribí en 2012, pero sigue siendo vigente) asistimos a un encono parlamentario sin precedentes. Y el culpable es un virus nacionalsocialista que ha afectado primero a los diputados de derechas y que ellos tratan por todos los medios de contagiar al resto de grupos parlamentarios. El desplante, la palabra soez, la risa rencorosa, la difamación, son sus principales efectos. Unos efectos que comienzan a verse repetidos en el resto de los grupos. Y ni siquiera ha servido la cuarentena de las vacaciones. Los agentes patógenos han arraigado en el hemiciclo y tras el lapsus veraniego han vuelto a infectar a las señorías que fueron los primeros portadores. Con razón decía Hunter S. Thompson que la política es una enfermedad de animalillos sucios. Pero a este maestro del periodismo gonzo le faltó añadir que era una enfermedad infecciosa. Y sin vacuna conocida. Hay un remedio traumático: la guerra civil, pero es un remedio que es peor que la enfermedad. Aunque muchos de los primeros infectados, con el ánimo soberbio de los vencedores parecieran buscar esta drástica cura. No se acuerdan, o prefieren no hacerlo, que ya una vez se utilizó este sistema de curación y que fue en vano, pues la enfermedad, medio siglo después, vuelve a reproducirse. Sólo el exterminio total sería una solución efectiva. Muerto el perro se acabó la rabia. Pero claro, los portadores de este virus no podrían entonces construir viviendas sin ton ni son, arramblar con el dinero de las arcas públicas, regodearse en la corrupción y fomentar el empleo precario y las hipotecas basura. Sólo este quehacer malsano, que a ellos les permite disfrutar de la vida, impide el exterminio total. Porca miseria.


Zaragoza, 22 de febrero de 2017

miércoles, 15 de febrero de 2017

Ah, el amor al saber

La filosofía, si nos atenemos a su etimología, es el amor al saber. ¿Saber qué? Saber todo, me responderán los que se atribuyen el apelativo de filósofos. ¿Todo?, responderé yo con dejo irónico. ¿También de fútbol? Y enseguida responderían: de todo lo fundamental. ¿También de sexo? El sexo es fundamental, no sólo para crear vida (crear filósofos) sino para mantenerla, para gozarla. Y se pondrán furiosos conmigo, en su faz esa arruga ingenua de concentración fruncida. Porque para ellos, lo fundamental trata de las causas primeras, las razones ontológicas, los fines metafísicos, la hermenéutica, la gnoseología. El ser en sí y para sí. Y con ático estilo y  erudición romana, en prosa pomposa, obtusa, claustral, inflada, ostentosa, pleonástica, plagada de solecismos, de sesquipedales, heliogabaliana, ocluida, ligaran los eslabones inconexos en una bien trabada cadena argumental a favor de su actividad. Y lo harán con la seriedad machacona del roedor. Sin enterarse de que precisamente lo que consideran el “todo lo fundamental” es lo que no interesa a nadie salvo a esa tropa de seres rancios con calvicie, halitosis y doctas miopías. Porque para estos seres, que viven en otro planeta, el discutir las causas del ser en sí y el ser como fenómeno existencial les pone cachondos. Y así, en inutilidades de este tenor pasan su existencia y se olvidan de vivir. Con razón decía Carlos Marx que la filosofía es al estudio del mundo real lo que el onanismo al amor sexual. Quizá de ahí venga la expresión “pajas mentales”, que define a esta labor de eruditos del pensar que sólo produce tratados ilegibles, dispepsia y cuernos. Porque ser mujer de filósofo es muy duro, toda la sangre del cuerpo de su marido regando circuitos neuronales y dejando otros órganos más productivos (o reproductivos) sin riego. Y eso sí que no. De ahí que Jantipa, la mujer de Sócrates, le montase esos pollos. Eso y que malgastaba su energía sexual con mancebos.


Zaragoza, 15 de febrero de 2017

jueves, 9 de febrero de 2017

Por el contraste al humor

Si a la fotografía de arriba se le quitase el bocadillo, la escena pasaría de causar risa (o dibujar una sonrisa) a causar pena. Una cola de personas que esperan para hacer trámites, aunque no sea para conseguir empleo, es algo que causa pena, cuando no lágrimas. Podría, por unir dos chistes, haber puesto un bocadillo al funcionario que, a la derecha, con las gafas en la mano, mira cómo su compañera sale del apuro, que dijera (el bocadillo): “Vuelva usted mañana”. Pero, la verdad, maldita la gracia que le haría al solicitante. Y es que el humor, en muchos casos, se crea con el contraste: hacer de una situación penosa una divertida por medio de una incongruencia o una salida no esperada. Porque el humor, como dijera Mark Twain, proviene de la amargura. En el Paraíso no hay humorismo. Ni en las religiones monoteístas. Aconsejaba Mahoma no reír en exceso, porque el excesivo reír debilita el corazón. Y prohibía a sus discípulos hacerse bromas. Del humor de San Pablo y San Agustín mejor no hablar. Basta leer sus escritos. Los judíos ortodoxos con rizos de adolescente bajo sombreros negros no saben sino lamentarse y pegarse de cabezazos frente a un muro milenario. Sólo algunos monjes zen son capaces de concebir el humor. Caro que muchos no llamarían al budismo zen una religión. Yo tampoco. Todo sea para mayor honra del zen. Y es que la risa es, por definición, cosa de herejes, de ateos, de descreídos y escépticos. Los fanáticos y los creyentes no saben reír. Y es que dios ahoga, pero no aprieta. ¿O es al revés?


Zaragoza, 09 de febrero de 2017