lunes, 27 de junio de 2016

¿Vida después de la muerte?

Las principales religiones monoteístas predican que la existencia es un período de tránsito, que la vida verdadera está en el más allá, después de la muerte. Tanto recalcar que los asuntos de dios no son de este mundo conduce a que los fieles se sometan de buen grado, dóciles, a los poderes mundanos, en estrecha colaboración (complicidad) con el sacerdote y la jerarquía del culto. ¿Nos maltratan, nos roban y nos humillan? No importa, nuestro reino no es de este mundo, este sufrimiento, bien ofrecido a dios, nos permitirá pagar el impuesto que da acceso al cielo.  Y mientras, con frivolidad escolástica se nos predica que vivir es un error metafísico de la materia, ellos, los ricos, los poderosos, los que van de fiesta en fiesta y de orgía en orgía, morirán de viejos en sus yates y palacios, pero irán al infierno. Y este pensamiento alegra, o consuela, al creyente, quien desearía, a través de un velo ecuóreo, atisbar los tormentos de estos gozadores de placeres. Que un prójimo se pudra entre tormentos por toda la eternidad, les regocija. Se lo han buscado, alegan. Lo que, lógicamente planteado (lógica teológica, si tal cosa pudiera darse), ese regocijo en el sufrimiento ajeno es un pecado y por ello les hace merecedores de arder con sus denostados ricos en el mismo infierno. Lo que muestra que, al final, si existiese un juez superior ecuánime y omnisciente, debería condenar tanto al poderoso y al ricachón como al pobretón infeliz que se consuela imaginando el castigo de los mencionados. Todos al averno. Pero a los primeros que les quiten lo bailado, lo bebido, lo comido, lo fornicado. Adquirir consciencia de estas circunstancias conduciría a la incredulidad de la masa de fieles, lo que a su vez conduciría a la inestabilidad política y a la pérdida de privilegios por parte de mandatarios y sacerdotes. Por eso se inventó, en cada religión-de-un-solo-libro, la figura del exégeta, el entendido, el personaje que tiene el monopolio de la interpretación de los textos sagrados. Son los sacerdotes, los rabinos, los imanes. Pero ya existía, sobre todo en occidente, una porción importante de incrédulos que oponían su libre pensar al de estos exégetas, su agnosticismo a la fe. Y entonces vino la televisión, el fútbol, el teléfono móvil, y desniveló la balanza de nuevo.


Zaragoza, 27 de Junio de 2016