martes, 31 de marzo de 2015

Reescribir los cuentos



Los cuentos. Reescribir los cuentos. En mi infancia todos los cuentos empezaban: “Érase una vez…”. Hoy no lo sé. No leo cuentos. Ni tengo hijos pequeños a los que leérselos. Es posible que los cuentos de hoy comiencen de otra manera: “Érase un inversor…” Pero un cuento con ese comienzo sabemos cómo iba a terminar. Salvo que ocurra en España. Lo que es seguro es que en un futuro lejano, a la luz de las lunas de Júpiter, un abuelo leerá a su nieto: “Hubo una vez un planeta llamado Tierra…” Pero ese cuento también sabemos cómo acabará, o cómo continuará. ¡Oh, error perpetuo de la suerte humana!
Una plaga que han de sufrir hoy los cuentos es la corrección de los mismos en nombre de esa hipocresía enervante llamada “políticamente correcto”. El patito feo no puede ser de color negro, por si alguien se ofende, el lobo de caperucita no puede ser mostrado muy malo, porque es una especie protegida, la abuelita debe valerse por sí misma y no ser tan tonta que deje mal a los ancianos que constituyen la numerosa población de votantes de la tercera edad. ¿Y los siete enanitos? ¿Se les denominará “seres de crecimiento no favorecido”, por temor a que se enfaden los enanos que en el mundo hay? Todo a la mayor gloria de la edulcoración, del sentimentalismo pueril, de la piedad empalagosa. Como si lo esencial fuese no disgustar a nadie y recordar todos los nombres. Consecuencia: la inevitable idiotización del público lector expuesto a estas bobadas de los biempensantes. Los hermanos Grimm tienen cuentos de indisimulable crueldad, pero es que el mundo, el suyo y el nuestro, es cruel. Limar sus crueldades, eliminarlas de los textos infantiles no evita que éstas persistan. Es el recurso del avestruz. Conviene suministrar a nuestros infantes, aunque fuera en dosis homeopáticas, vestigios de la crueldad que encontrarán cuando crezcan, si el pobre (nada infrecuente, por desgracia) no las descubre de pequeño en su propia carne. Porque ya no vale aquí eso de “¡Oh quien, aquí seguro, vivir pudiera siempre y escondido!” No hay escondites, hay que acostumbrarse al sonante bramido del piélago feroz que el viento ensaña.

Zaragoza, 31 de marzo de 2015.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Un pasamontañas y un fusil



Bandas armadas. Terrorismo. Un pasamontañas y un fusil. Ropa cómoda y zapatillas para correr. Y juventud. No se necesita más para crear un grupo armado que muchos tildarán de justiciero, patriota, y otros tantos de terrorista. ¿Qué tienen en común todas las bandas armadas que hasta hoy han sido? La juventud de sus integrantes. No veréis comandos de viejos, ni suicidas con bombas amarradas a la cintura que peinen canas. Esos suelen estar detrás como ideólogos. En despachos, pisos francos o mezquitas, adoctrinan a los jóvenes de cerebro intonso y los convierten en el filo de la espada. Exaltan con el ardimiento de un viejo profeta. Se aprovechan de un don que abunda, sobre todo, en los jóvenes: la generosidad, la entrega desinteresada a los ideales. Y como su juventud no les ha permitido vivir ni reflexionar sobre los ideales que en el mundo han sido, se subscriben al primero que se les presenta y les invita a asumir los ritmos prestigiosos del enfrentamiento. Y se hacen brazo armado, mesnada de causas peregrinas, infantería de Dios o del bacalao al pil-pil. Por eso, cuando las causas llevan muchos años y los que fueron su brazo joven y armado, maduran, o incluso envejecen o mueren, y no hay suficiente savia nueva porque los motivos que generaron el combate han desaparecido, se dan las condiciones para la paz, para cierta paz, y que hay que saber aprovechar, como se hiciera en Irlanda del Norte y como la que puede estarse fraguando en Euskadi. La madurez ayuda a quitar al enfrentamiento su látigo de histeria, la madurez relaja el fanatismo de lo único. El corazón deja de ser lago de luna roja.

Zaragoza, 25 de marzo de 2015

miércoles, 18 de marzo de 2015

¿Quién de los dos policías tiene mayor graduación?



¿Podrían ustedes decir a primera vista quién de los dos policías tiene mayor graduación? Fácil, ¿verdad? Nuestra sociedad está reglamentada en grados, niveles, estamentos. Se dan los escalafones en los más humildes oficios, pero apenas los percibimos, se nos han hecho segunda naturaleza. Son vestigios ciertos de un lejano tiempo donde se instauró el imperio diamantino de la jerarquía, cuyo fruto más notorio fue el esclavismo. Cuando se exagera la relación de dependencia, como en el caso de los campesinos rusos que eran “propiedad” de sus señores o los negros que fueron llevados a América como esclavos, se ve claramente la injusticia de la situación. Pero cuando las jerarquías y el poder del escalafón actúan de forma sutil en nuestra vida cotidiana, nadie lo nota. El director ordena a los gerentes, les obliga a trabajar hasta tarde, y el gerente aplica su poder sobre sus empleados. Este sutil sometimiento circula de arriba hacia abajo hasta llegar al final de la escala, normalmente ocupada por trabajadores sin cualificación. Pero ahí tampoco se detiene. El último eslabón jerárquico de cualquier organización laboral tiene familia sobre la que ejercer a su vez el mando, cuando no la tiranía. Pareciera que sería entonces la cónyuge quien recogiera el trofeo del grado inferior de la cadena de ordeno y mando. Pero están los hijos, o la portera del edificio. Y los hijos pueden ampliar el efecto en la escuela sobre algún alumno tímido y apocado, que no podrá sino desahogarse con las hormigas o con moscas a las que quita las alas y arroja a las arañas. Y si pudiéramos adentrarnos en la conciencia y conducta de esos animalillos, bien pudiéramos descubrir que esta cadena de infligir el poder prosigue hasta, quizá, el más pequeño de los protozoos.
            No hay duda, la igualdad es una idea iniciática.

Zaragoza, 18 de marzo de 2015

miércoles, 11 de marzo de 2015

El herpes de la conspiración



De sargento para arriba, en el ejército prolifera el herpes de la conspiración. ¿Por qué unos seres que apenas razonan, que hacen de las normas y la obediencia ciega su principal virtud se erigen tan a menudo en salvadores de la nación? ¿Por qué creen ellos que lo harán mejor que los civiles a los que derrocan? El pensar no es lo suyo, y el gobierno de una nación exige pensar. Tampoco es lo suyo la reflexión, ellos sólo conocen la sutileza de la tortura o el argumento del pelotón de fusilamiento. En todos los cuartelazos (¿cuartelazoos?) la primera baja  es la información, la verdad, la libertad. ¿Son tres bajas? Reflexionen de nuevo (al fin y al cabo no son ustedes militares) y verán que son sólo una, un triunvirato que sólo vive en democracia. ¿No han observado cómo los uniformes, los galones, hacen engreídos a quienes los llevan? Las ínfulas que dan unas jinetas de cabo para sí las querría el catedrático más estirado. Si hasta los porteros de edificios y los conserjes, embutidos en uniformes, se arrogan la prepotencia de los milites y jerarcas. Si a tan solemnes atavíos se añade un arma, el engreimiento se multiplica por varios enteros. Y cómo se busca, para la soldadesca, a valientes que razonen poco. Adoctrinados con modalidades discursivas en prosa cuartelera, engañados con la promesa de vivir las plenitudes del heroísmo, estos pardillos obedecen fielmente a sus mandos, y no sólo por el temor del castigo. ¿Cómo después de miles de años de ver lo que representan los ejércitos sigue habiéndolos? ¿No enseña nada la historia? Sí, enseña que no enseña.

Zaragoza, 11 de marzo de 2015

martes, 3 de marzo de 2015

¡Ojo con lo que vas a hacer!



¡Ojo con lo que vas a hacer! ¡Ojo, que se va a armar! ¡Piénsatelo bien antes de hacer nada! El poseedor de la pelota parece, con las anteriores admoniciones, tratar de calmar al contrario embestidor, cabeza en ristre, cara de anglosajón pendenciero, código corporal unívoco. Lo que ellos denominan un “die hard”, un duro de pelar. La imagen recoge el momento anterior al choque, un encontronazo que se presume duro, contundente, como se dice en los medios deportivos.  El jugador de negro, de parecida musculatura y continente físico, también tiene rostro de alguien bregado en lances de encontronazos corporales. Pero pide calma. Ese gesto, de alguna extraña manera, le humaniza, le dulcifica, le imbuye de cierto carácter razonador. El rubio no, ese no razona, ese va a lo topa carnero. Me recuerda a esos tipos que definió Juan Filloy: “Valientes que razonan poco, ellos son el filo de la espada”. He aquí, me digo, a un valiente que razona poco, un animal que embiste. Y ya que hemos mencionado el razonar con el deporte, es de resaltar la poca relación de la reflexión con la actividad física. Sólo en los deportes de élite, como el polo, el golf o la vela, practicado por aristócratas de intemperie, parecen acomodarse ambas actividades. Pero no en la actividad, sino en los deportistas. Quizá porque para practicar esas especialidades se necesite tener unos ingresos altos y en esa clase los vástagos suelen estar sujetos al Servicio Universitario Obligatorio. Pero cuanto más se desciende en el rango, cuanto más nos aproximemos a los deportes que despiertan pasiones, la capacidad razonadora del deportista limita con la nada, el cero. En el fútbol, los practicantes hablan con tópicos gastados y frases hechas, pero alguno hay que nos sorprende con una frase que descolla. Pero en el boxeo, la sentina de lo deportivo, el cerebro sobra, incluso estorba.

Zaragoza, 4 de Marzo de 2015